Felipe Andanuche Gómez, conocido popularmente por «el Calderero», impregnado de lucidez y tesón, uniendo en su persona las vivencias familiares con una aguda capacidad de autoaprendizaje, superación y esfuerzo, ha dedicado gran parte de su existencia a elaborar objetos metálicos. En ellos, unos, de claro carácter práctico, otros, de alto valor estético, se ponen de manifiesto sus creativas potencialidades, pero también el testimonio de un trabajo cuajado en el esmero y la constancia, a la vez que se materializa el sentido de compromiso con una producción acreditada por una responsabilidad de nobleza y seriedad.
Felipe forjó su caminar de la mano de sus mayores, de los que recibió el fundamento del buen hacer. Al calor de la fragua, dando forma a los metales, esculpió su talante de hondura y calidez, cimentándolo de la solidez que constituye a sus elementos de faena, de la paciencia que requiere moldearlos golpe a golpe para ofrecerlos en prodigios de belleza, expresión de la honestidad y fidelidad que emana de las raíces y esencias recibidas.
Este artífice, fallecido el pasado 19 de mayo, ha venido desempeñando un esmerado quehacer, manteniendo una tradición que queda herida con su pérdida, pues esa manera de componer y dar forma a piezas que van de lo sencillo a lo excepcional, aunque todas ellas marcadas por el sello de lo artesanal, pierden un maestro de singulares habilidades, de extraordinario talento. Ante estas realidades planteamos la necesidad de crear un espacio de memoria a este tipo de actuaciones, que en Felipe se encarnan de manera extraordinaria, recordando un legado de excelencia que es preciso que se conozca, valore y transmita.
En numerosos hogares de nuestra ciudad se conservan utensilios forjados con su peculiar perspicacia. Realizó a mano diversas paellas gigantes que dan de comer a pueblos enteros en sus fiestas. En la capital de la Región, en la ciudad de Murcia, es posible disfrutar de una construcción en la que el agua juega con dos tinajas, que elaboró en cobre. Colocadas sobre un armazón metálico, se mueven impulsadas al llenarse una y verter su contenido en la otra. Acudieron a él, pues no encontraban técnico en toda España que pudiese darle forma a la idea. Felipe, con especial diligencia, poniendo a funcionar sus dotes artísticas, destreza e ingenio, confeccionó el encargo. El conjunto se puede visitar en el jardín de la plaza de Camachos, enclave situado antes de llegar al puente de Los Peligros, desde el jardín de Floridablanca y que inicialmente fue pensado como área destinada a plaza de toros. En la actualidad supone el encuentro con un acogedor entorno, en donde, además, el protagonismo de la obra de Felipe, junto con la agilidad y frescura que transmite, es un motivo más de seducción, de los muchos que definen a la ciudad del Segura.
De ascendencia italiana, el apellido Andanuche arraigaba en Totana en el siglo XIX. En los documentos de época se relaciona ligado a la profesión de calderero, identidades que confluían en la persona de Felipe Andanuche Abolio (Avoglio), natural de Cetraro, municipio del sur de Italia. Siguiendo esa trayectoria, perseverando en una intensa raigambre de respeto a la herencia recibida y colmada de personalidad, ha continuado Andanuche Gómez a lo largo de la mayor parte de su vida, dejando un gran legado, no solo en lo material, sino en el profundo amor y dedicación hacia su familia, transmitiendo a sus hijos y nietos, con el gran apoyo de su mujer, valores que confortan el corazón.
Vaya desde aquí un reconocimiento de consideración y gratitud hacia los fuertes vínculos de Felipe con esos principios, hacia su testimonio de honradez y dignidad, manifestando el pesar por su pérdida a sus seres queridos, a aquellos que han compartido con él esperanzas y anhelos.
Juan Cánovas Mulero
